El reconocido orador y político ateniense dejó un gran legado a la humanidad: la demostración de que la superación humana hace el milagro.
Si de algo nos sirve estudiar biografías y profundizar en la vida de personas significativas de la historia de la humanidad, es para demostrarnos que no importa las limitaciones que hayas tenido, si tienes una constancia, voluntad férrea y paciencia, lo vas a lograr.
Porque todo lo que necesitamos superar para mejorar necesita, sí o sí, de algo fundamental: aplazar la recompensa inmediata.
La recompensa inmediata es algo a lo que es tan afecta la mayoría de la gente. Esto significa que, si algo requiere un mínimo esfuerzo sostenido en el tiempo, prefieren abandonarlo y sumergirse en la satisfacción instantánea.
Todo lo contrario resulta la vida de quienes superan enormes desafíos, como la de Demóstenes, convertido en base a práctica y férreo esfuerzo, en un famoso orador y político de la antigua Grecia, conocido por su elocuencia a pesar de su tartamudez.
Nació en Atenas en el año 384 a.C. y se convirtió en uno de los oradores más destacados de su tiempo. Superó su dificultad en el habla mediante un arduo entrenamiento, incluyendo ejercicios de dicción y práctica constante, lo que nos hace recordar a la famosa película contemporánea El discurso del rey (2010) de Tom Hooper, que se centra en la historia del rey Jorge VI del Reino Unido y su lucha contra la tartamudez con la ayuda de un terapeuta del habla.
Demóstenes se destacó en discursos políticos y judiciales, defendiendo la democracia ateniense y oponiéndose a las políticas de Filipo II de Macedonia, incluyendo su famoso discurso “Las Filípicas”.
La diferencia entre ser tartamudos o tener disfluencia
Para entender más sobre este tema, antes de avanzar es necesario hacer una distinción técnica: por lo general si alguien se traba al hablar, inmediatamente se le cataloga como “tartamudo”; aunque no siempre es así, ya que puede padecer de “disfluencia”, que es más abarcativa y variada en su manifestación.
En el caso de Demóstenes los historiadores relatan que era decididamente tartamudo. Pero entonces, ¿cuáles son las diferencias entre una y otra condición? Aquí va una síntesis:
Tartamudez: es un trastorno del habla caracterizado por la repetición involuntaria de sonidos, palabras o frases, bloqueos en el habla y pausas incómodas. Como no pueden controlarlo, se ve agravada a veces por la tensión y ansiedad que le produce a la persona. A su vez, la tartamudez es un trastorno a largo plazo, que, debidamente tratado, se puede mejorar notablemente y hasta superar completamente.
Disfluencia: es un término más amplio que se refiere a cualquier interrupción o falta de fluidez en el habla, lo que incluye a la tartamudez, pero también otras formas, como repetir sonidos o palabras, prolongar sonidos, tener bloqueos extensos que dificultan que arranque o siga hablando, e interjecciones como “um” o “eh” -conocidas como muletillas-.
No todas las disfluencias son necesariamente un trastorno del habla. Muchas personas experimentan disfluencias ocasionales en su discurso sin que esto indique un problema crónico.
En ambos casos lo recomendado es un tratamiento de especialistas en fonoaudiología y foniatría especializados en voz hablada, ya que el abordaje es muy diferente de la voz cantada.
Las técnicas de Demóstenes
El joven Demóstenes se veía en su mente siendo un gran orador y hablando ante las multitudes; aunque este propósito sonaba a locura desde cualquier punto de vista: su trabajo era humilde, no tenía dinero para pagar a un maestro en retórica y elocuencia. Y, por si esto no fuese suficiente, era tartamudo.
Por su actitud, él sabía que con tenacidad y persistencia podía lograr el milagro de expresarse sin titubear. Así fue como cultivó estas virtudes, y empezó por modelar asistiendo a discursos de los oradores y filósofos más conocidos de su época, incluyendo a Platón.
Con todo su entusiasmo y ansiedad por empezar, preparó un primer discurso. La realidad lo aplastó de un solo mazazo: fue un desastre. El público se burlaba e interrumpía, además de la humillación de los insultos y las carcajadas. No pudo avanzar más allá de su tercera frase:
-¿Para qué nos repites diez veces la misma frase? –relatan que dijo un hombre seguido de las carcajadas del público.
-¡Habla más alto! -le dijo otro-. No se escucha, ¡Bombea más aire en tus pulmones! ¡No puedes ni apagar una vela con un soplo!
Esas burlas lo hicieron poner más nervioso y agudizar su tartamudeo, por lo que se fue de escena en medio de los abucheos sin siquiera empezar a expresar su discurso.
Cualquier otra persona habría abandonado ese sueño para siempre. Incluso su propia familia y amigos seguían insistiéndole en que no era para lo que estaba preparado, y que debía desistir. En las calles le silbaban y gritaban de todo, humillándolo.
La sincronía de la vida quiso que, en medio de esos momentos de perturbación y confusión, se topara con un anciano del pueblo, quien, conociendo la historia, le dijo: “Aún puedes hacer tu sueño realidad”.
“¿Con esta lengua y estos pulmones?”, titubeó Demóstenes. “Sin duda. Más importante que la lengua es tu voluntad”, le dijo aquel hombre.
De esta forma, superando la tristeza, el desánimo y tanta frustración, convirtió eso en el combustible que le permitió superar esa barrera. Sabía que el trabajo que le esperaba sería arduo, por lo que se afirmó en algo que había escuchado de los filósofos: “Los premios de la vida eran para quienes tenían la paciencia y persistencia de saber crecer y superarse.”
La rutina de años para superar sus limitaciones
Así fue como Demóstenes, el orador tartamudo, se embarcó en la aventura de hacer todo lo necesario para superar las adversidades.
Sólo para que conozcas más en profundidad todo lo que hizo, esta fue su rutina durante los primeros dos años seguidos, de lunes a domingos, de sol a sol:
- Se afeitó la cabeza, para así resistir la tentación de salir a las calles y perder el tiempo (en esa época ser pelado era una vergüenza)
- Día a día, se concentraba en su formación practicando hasta el amanecer.
- Al atardecer corría por las playas, gritándole al sol con todas sus fuerzas, por encima del oleaje, para así ejercitar sus pulmones.
- Más entrada la noche, se llenaba la boca con piedrecillas y se ponía un cuchillo entre los dientes para forzarse a hablar sin tartamudear (este método se utilizó hasta bien entrado el siglo XX para tratar casos severos de pronunciación y tartamudez; hoy hay otros recursos menos invasivos).
- Al regresar a la casa se paraba durante horas frente a un espejo para mejorar su compostura y sus gestos.
Así pasaron más de dos años, antes de que reapareciera ante la asamblea defendiendo con éxito a un fabricante de lámparas, a quien sus hijos le querían arrebatar su patrimonio.
En esta ocasión la seguridad, la elocuencia y la sabiduría de Demóstenes fue ovacionada por el público hasta el cansancio. Posteriormente fue elegido embajador de su ciudad.
Nueve técnicas de Demóstenes que siguen vigentes
Demóstenes, el famoso orador griego, desarrolló una serie de principios y técnicas que lo ayudaron a superar su tartamudez y convertirse en un maestro de la oratoria, que siguen vigentes más allá de los siglos que han pasado:
Preparación exhaustiva: Demóstenes creía en la importancia de la preparación meticulosa de sus discursos. Estudiaba a fondo el tema, recopilaba información y argumentos sólidos antes de hablar.
Estructura clara: Organizaba sus discursos de manera lógica y estructurada. Solía dividirlos en introducción, desarrollo y conclusión, facilitando la comprensión del público. La oratoria siempre necesita pensarse desde la perspectiva del público, no sólo de quien habla.
Dominio del lenguaje: Trabajó en mejorar su dicción y pronunciación. Practicaba ejercicios de vocalización y articulación para superar su tartamudez.
Uso de metáforas y analogías: Demóstenes empleaba metáforas y analogías para hacer sus argumentos más vívidos y fáciles de entender. Esto ayudaba a captar la atención del público.
Gestos y expresión facial: Reconoció la importancia de la comunicación no verbal. Utilizaba gestos y expresiones faciales para enfatizar sus palabras y transmitir emociones. Según estudios y dependiendo del contexto, los gestos y el tono de voz son el 93% del total de la comunicación, mientras que el 7% son las palabras.
Conexión emocional: Demóstenes sabía cómo conectar con las emociones de su audiencia. Utilizaba historias y ejemplos conmovedores para ganarse el apoyo y la empatía de su público. Así fue como hizo el alegato de aquel comerciante al que los hijos querían arrebatarle su negocio.
Variación en la entonación: Evitaba un tono monótono en su discurso. Cambiaba la entonación de su voz para mantener el interés de la audiencia. Su práctica de tonos, matices y proyección de la voz por sobre el rugido del mar lo ayudaron a conseguirlo.
Conocimiento del público: Demóstenes se esforzaba por comprender a su audiencia. Adaptaba su discurso según las necesidades y expectativas de quienes lo escuchaban.
Práctica constante: No dejaba de practicar y ensayar sus discursos completos. Primero, en partes, y luego unía todo frente a un espejo. Realizaba ejercicios de declamación y ensayaba sus discursos una y otra vez para perfeccionar su entrega. Cuando no preparaba algo propio, leía poemas y fragmentos filosóficos en voz alta, y los comentaba ante un público ficticio, para ensayar.
Demóstenes dejó un gran legado a la humanidad: la demostración de que la superación humana hace el milagro -y esa es una elección individual que cualquiera puede hacer-, el poder de la oratoria, y la clave de conectar con las personas.
En sus escritos hay dos frases que quiero rescatar: “Estamos dispuestos a creer aquello que anhelamos”, y “las oportunidades pequeñas son el principio de las grandes empresas.” Ambas nos enseñan que, si crees lo suficiente en ti y en tu proyecto, y trabajas arduamente en ello, lo vas a conseguir, por más grande que sea el obstáculo que pudieses tener.