Aunque hay avances en la predicción de estas tormentas monstruosas, aún siguen siendo difíciles de detectar con antelación y, por ende, prepararse para los daños.
Cuando los satélites empezaron a difundir imágenes del huracán Lee, el último que ha alcanzado las costa este de Estados Unidos, los meteorólogos supieron que estaban ante “una tormenta monstruosa“, tal y como la describió un presentador del tiempo. En X (antes conocido como Twitter), otro meteorólogo simplemente dijo: “¡Vaya!” y señaló la gigantesca forma de sierra del huracán.
El huracán Lee es el tercer caso de intensificación rápida (cuando la velocidad del viento de un huracán aumenta en 56 kilómetros por hora o más en 24 horas) más rápido jamás registrado. El 7 de septiembre, la velocidad de los vientos en el interior de Lee se duplicó ampliamente, pasando de ser una tormenta de categoría 1 de 128 km/h a una aterradora tormenta de categoría 5 de 265 km/h.
Este tipo de saltos exponenciales en el crecimiento son cada vez más comunes en algunas zonas, y el consenso entre los científicos es que un planeta que se calienta acabará produciendo más huracanes.
La intensificación rápida solo aparece en un puñado de ciclones tropicales cada año. Sin embargo, un estudio publicado el mes pasado en Nature descubrió que, en un radio de 386 kilómetros de las costas, las tormentas que se intensifican rápidamente son ahora mucho más frecuentes que hace 40 años. Algunos ejemplos son el huracán Ian en 2022 y el huracán Michael en 2018. Este último pasó de ser una tormenta de categoría 2 a categoría 5 el día antes de tocar tierra en la península de Florida. Se cobró decenas de vidas y causó daños por valor de casi 24 000 millones de dólares.
Y mientras que el crecimiento explosivo del huracán Lee se produjo sobre aguas abiertas en el océano Atlántico, lejos de las zonas pobladas en tierra, los futuros huracanes pueden intensificarse en lugares mucho más peligrosos. En tal situación, las evacuaciones ordenadas a la espera de una tormenta de categoría 2 ó 3, podrían resultar totalmente inadecuadas, dejando a miles de personas en situación de vulnerabilidad, la peor pesadilla de un meteorólogo.
Hasta hace muy poco, ha sido difícil prever una intensificación rápida, que puede surgir repentinamente, en parte porque para desencadenarla es necesario que se den muchas condiciones cambiantes. Es difícil seguirlas todas en tiempo real. Además, depende en gran medida de la actividad en el núcleo del huracán, desde donde es muy difícil recopilar datos. Los científicos están desarrollando nuevos métodos que les ayuden a advertir a la población de esta amenaza creciente.
Los factores que influyen en la formación de un huracán
El desarrollo de cualquier huracán depende de que se den las condiciones ambientales adecuadas. Si el agua del océano bajo el huracán está lo suficientemente caliente, libera grandes cantidades de energía al evaporarse, lo que a su vez crea una caída de la presión atmosférica que provoca potentes vientos.
La intensificación también se beneficia del aire húmedo circundante, que bloquea la humedad y la energía dentro del propio huracán. La baja cizalladura vertical del viento, en la que los vientos a mayor altitud mantienen una velocidad relativamente baja, también ayuda al huracán a mantener su potencia.
“Todo tiene que coincidir“, afirma Brian Tang, científico atmosférico de la Universidad de Albany (Estados Unidos). Todas esas condiciones que se desarrollan simultáneamente ayudan a desencadenar una rápida intensificación.
Justo antes de la repentina explosión de potencia del huracán Lee, Tang tuvo la corazonada de que las cosas estaban a punto de intensificarse, gracias a las imágenes de la masa arremolinada de cristales de hielo y agua de lluvia en el interior del huracán.
“Era muy simétrico”, recuerda Tang. “Esa firma era como: ‘Oh sí, esto está a punto de subir de intensidad”.
Tang no fue el único que intuyó que Lee estaba a punto de volverse mucho más potente. Señala que modelos como el Sistema de Análisis y Previsión de Huracanes (HAFS, por sus siglas en inglés) de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés) predijeron una rápida intensificación de este huracán con unas 24 horas de antelación.
Aún así, hubo sorpresas, dice Jason Dunion, meteorólogo y director del Programa de Campo de Huracanes de la NOAA. “Creo que estaba bastante claro para mí y para otros meteorólogos que veríamos una rápida intensificación, esos 35 mph [56 km/h] en un día”, repasa. “Pero fue mucho más rápido que eso”.
Si se recopilan más datos del núcleo interno de un huracán con antelación, por ejemplo mediante los vuelos de reconocimiento Hurricane Hunter que realizan Dunion y sus colegas, estos modelos podrían ser aún más precisos a la hora de predecir el grado de intensificación rápida que se producirá.
Las mediciones más detalladas también están ayudando a los pronosticadores. Por ejemplo, el huracán Michael de 2018. Un estudio de 2020 descubrió que los datos de satélite y las lecturas de las boyas en el Golfo de México, por ejemplo, mostraban que se estaba produciendo una ola de calor marino durante su aproximación. Datos similares podrían advertir a los meteorólogos en el futuro de que un huracán está a punto de intensificarse.
Además, los investigadores vuelan cada vez más aviones no tripulados en la parte más baja, peligrosa (y poco estudiada) de un huracán, la capa límite, con el fin de obtener información útil sobre la intensificación de las tormentas.
Metiéndose en agua caliente
Ruby Leung, científica atmosférica del Laboratorio Nacional del Noroeste del Pacífico del Departamento de Energía de EE. UU., señala que la influencia del océano en los ciclones tropicales puede ser compleja. Si, por ejemplo, una gran cantidad de agua dulce fluye de un río al océano, se puede obtener una capa superior, más fresca, de agua caliente por encima del agua más densa y salada de abajo.
Esto hace que sea mucho más difícil para una tormenta mezclar el océano y traer agua profunda más fría a la superficie. Si esas aguas superiores permanecen calientes, un huracán puede seguir fortaleciéndose.
Este efecto sobrealimentó el huracán Irma en 2017. “Se intensificó rápidamente exactamente en el momento en que pasó sobre esta área con agua muy dulce en la superficie del océano“, señala Leung.
Ella y sus colegas publicaron un estudio en 2020, en el que mostraron cómo el agua dulce del sistema fluvial Amazonas-Orinoco parece aumentar las posibilidades de una rápida intensificación en el Caribe oriental y el Atlántico tropical occidental.
Una estratificación oceánica similar se produce cuando los huracanes producen cantidades especialmente elevadas de precipitaciones, lo que también añade una capa superficial de agua dulce al océano, dificultando su mezcla. Ya hay indicios de que el refrescamiento inducido por el cambio climático debido al aumento de las precipitaciones en el Pacífico Norte, por ejemplo, está intensificando los tifones, el equivalente de los huracanes en esa región.
Los huracanes, y las tormentas en general, tienden a producir más precipitaciones a medida que aumenta la temperatura del aire, añade Leung, lo que aumenta las probabilidades de intensificación y crea una especie de bucle de retroalimentación.
Henry Potter, oceanógrafo de la Universidad A&M de Texas (Estados Unidos), ha estudiado cómo el huracán Harvey se intensificó rápidamente allá por 2017 al llegar a Texas Bight, una región de aguas costeras en el Golfo de México. Una medida de la energía térmica disponible para la tormenta sugería que el riesgo de una rápida intensificación era relativamente bajo. Pero no tenía en cuenta el hecho de que el agua estaba caliente hasta el fondo.
“No importa cuánto se mezcle el agua, no se va a combinar agua fría”, explica Potter.
Comprender estos matices medioambientales es crucial para predecir mejor y con antelación la intensificación rápida, ya que se trata de un riesgo cada vez más común.
Las investigaciones indican que las zonas pobladas van a estar más expuestas a los huracanes en un futuro próximo. Por ejemplo, la First Street Foundation calcula que una proporción significativa, en torno al 40%, de la población del sudeste de Michigan (Estados Unidos) desconoce potencialmente el aumento del riesgo de inundaciones en su zona debido al aumento de las precipitaciones, incluidas las provocadas por huracanes.
También se prevé que el alcance global de los ciclones tropicales se amplíe considerablemente, lo que significa que millones de personas más podrían enfrentarse en los próximos años a los efectos devastadores de estas tormentas descomunales y, en concreto, a su rápida intensificación.
“Es muy preocupante”, afirma Potter: “Lo inevitable es que los océanos se conviertan en baños profundos ideales para que las tormentas se agudicen”.