Se cree que surgieron hace unos 200 millones de años, cuando los dinosaurios habitaban la Tierra, pero nunca se había visto uno vivo hasta ahora.
El equidna de pico largo de Attenborough es un mamífero que pone huevos que se temía se había extinguido y que fue bautizado en honor al naturalista británico David Attenborough.
Las imágenes del animal fueron captadas por una expedición dirigida por investigadores de la Universidad de Oxford que logró grabar con cámaras ocultas clips de tres segundos de un equidna de pico largo.
Estos animales con púas, pelaje y pico han sido calificados de “fósiles vivientes”.
Hasta ahora, la única prueba de la existencia de esta especie era un ejemplar de un animal muerto que lleva décadas en un museo.
La prueba
Kempton, biólogo de la Universidad de Oxford, recorrió durante un mes junto a un equipo compuesto por científicos de diferentes países zonas inexploradas de los montes Cíclopes, un escarpado hábitat selvático situado a 2.000 metros sobre el nivel del mar en Indonesia.
Además de encontrar el “equidna perdido” de Attenborough, la expedición descubrió nuevas especies de insectos y ranas, y observó poblaciones sanas de canguros arborícolas y aves del paraíso.
Pero no cabe duda que el momento álgido de la expedición fue observar al equidna en su hábitat.
Las expediciones anteriores a los montes Cíclopes habían descubierto indicios de su existencia, como marcas de narices en el suelo.
Pero fueron incapaces de acceder a las zonas más remotas de las montañas y aportar pruebas definitivas de su existencia.
Eso ha hecho que durante los últimos 62 años la única prueba de que el equidna de Attenborough existió fue un espécimen conservado en la Sala del Tesoro de Naturalis, el museo de historia natural de Países Bajos.
“Es bastante plano”, dice Pepijn Kamminga, director de la colección de Naturalis, mientras lo muestra.
Para un ojo inexperto, se parece a un erizo aplastado, porque cuando lo recogió por primera vez el botánico holandés Pieter van Royen no estaba disecado.
La importancia del espécimen no quedó clara hasta 1998, cuando las radiografías revelaron que no se trataba de otra especie de equidna, sino de un ejemplar adulto y distinto del de Attenborough.
Fue entonces cuando la especie recibió el nombre en honor a David Attenborough.
“Cuando se descubrió, la gente pensó que quizá ya se había extinguido porque era el único”, explica Kamminga. “Así que esto [el redescubrimiento] es una noticia increíble”.
“Montañas sagradas”
Los montes Cíclopes son escarpados y peligrosos de explorar.
Para llegar a las cotas más altas, donde se encuentran los equidnas, los científicos tuvieron que escalar estrechas crestas de musgo y raíces de árboles -a menudo en condiciones de lluvia- con acantilados escarpados a ambos lados.
Durante su ascenso por las montañas, sintieron terremotos en dos ocasiones.
Una vez que los científicos alcanzaron las partes más altas, quedó claro que las montañas estaban llenas de especies nuevas para la ciencia.
“Mis colegas y yo no parábamos de reírnos”, explicó Leonidas-Romanos Davranoglou, especialista griego en insectos.
“Estábamos muy emocionados porque siempre decíamos ‘esto es nuevo, nadie lo ha visto’ o ‘Dios mío, no me puedo creer que esté viendo esto’. Fue una expedición realmente monumental”, aseguró Davranoglou.
“Tenemos que proteger estas montañas sagradas”, agregó Gison Morib, conservacionista de YAPPENDA, una organización indonesia sin fines de lucro que colaboró con la Universidad de Oxford en la expedición.
“Hay tantas especies endémicas que no conocemos”, resaltó.