Conoce la vida y obra de este biólogo y filósofo británico que defendió la teoría de la evolución, revolucionó la anatomía comparada y acuñó el término “agnóstico”.
La Inglaterra victoriana fue un período tumultuoso en el que las firmes creencias religiosas del pasado se entrelazaron con el auge de nuevas supersticiones, la entrada del opio en todos los estratos de la sociedad y toda una revolución cultural. Es la época de Charles Dickens y Oscar Wilde, de Arthur Conan Doyle, las hermanas Brontë, Bram Stocker y Hilda Doolittle. Y en medio de toda esa tormenta, emergió con fuerza una generación de científicos, erigiéndose como faro de la razón y la ciencia.
La revolución científica de la Inglaterra victoriana
Aquella fue la época de la anestesia con éter, de William Morton, y con cloroformo, de James Young Simpson. De los antisépticos de Joseph Lister y el nacimiento de la epidemiología de la mano de John Snow. La época de la matemática Ada Lovelace y su máquina analítica, de los Principios de geología de Charles Lyell, de Michael Faraday, la inducción electromagnética de James C. Maxwell y sus famosas ecuaciones que describen las leyes fundamentales de la electricidad. La época del descubrimiento del efecto invernadero causado por el dióxido de carbono atmosférico —atribuido al británico John Tyndall, aunque la descubridora fue la científica y sufragista estadounidense Eunice N. Foote—, y de la temeraria ascensión en globo de James Glaisher y su descubrimiento sobre las capas de la atmósfera. Fue también el tiempo en que comenzaron a popularizarse las revistas científicas como Science Gossip, Recreative Science o The Intellectual Observer.
Y también fue el momento de grandes revoluciones en la biología, con el trabajo de Charles Darwin y Alfred Rusell Wallace, la teoría de la evolución por selección natural, el principal exponente. Un ingrediente más que alimentaría la tormenta que se gestaba en la época: mientras Richard Owen acuñaba el concepto de ‘dinosaurio’ y revolucionó la paleontología, Joseph D. Hooker y Roderick Murchinson hacían lo propio con la botánica.
Y, por supuesto, fue la época de Thomas Henry Huxley.
La juventud de un naturalista emergente
Nacido el 4 de mayo de 1825, Huxley creció en la Inglaterra de los descubrimientos, aunque no pudo disfrutar de una educación formal adecuada durante su infancia. El benjamín de seis hijos, apenas recibió dos años de formación en la escuela de su padre. Sin embargo, sí se imbuyó de la curiosidad y valentía características de su época, y sintió auténtica fascinación por la ciencia y la religión, desde muy joven. Enraizado en la tradición anglicana, Huxley se vio atraído por las ideas disidentes que desafiaban las estructuras conservadoras de su tiempo, y esto le alejaría, ineludiblemente, de todo pensamiento religioso.
En su primera aproximación formal a la ciencia, se puso al servicio de un practicante médico en Londres. Bajo su tutela, despertó su interés por la anatomía y fisiología humanas, y no tardó en extrapolar esos conocimientos al resto del mundo animal. Se embarcó en un navío de la Marina Real Británica, el HMS Rattlesnake, bajo el mando del Capitán Owen Stanley, en 1846; donde asumió el papel de cirujano, pero pronto estableció relación con los naturalistas John MacGillivray (1821-1867) y James Fowler Wilcox (1823-1881), y adquirió también ese rol.
Durante su servicio en la marina, Huxley realizó estudios pioneros sobre vida marina, identificando y clasificando organismos como medusas y carabelas portuguesas, bajo un microscopio atornillado a la mesa de la sala de mapas, y proponiendo el término “Nematophora” (literalmente “que porta hilos”) para describir sus características comunes.
Huxley y Darwin
Thomas Henry Huxley fue uno de los mejores amigos del célebre naturalista Charles Darwin. Su relación enriqueció de argumentos las ideas del padre de la biología evolutiva y, a pesar de algunas diferencias iniciales, la visión analítica de Huxley y sus observaciones durante la travesía en el Rattlesnake le permitieron saber que Darwin estaba acertado, y creyó en la teoría de su dubitativo colega antes incluso que él mismo. De hecho, Huxley fue, junto con Hooker, quienes animaron a Darwin a publicar su opus magnum. En una carta enviada al propio Darwin, Huxley se expresaba así.
«Confío en que no se dejará llevar por el disgusto o irritación ante la cantidad de malos tratos y tergiversaciones que, si no me equivoco, le esperan. Puede estar seguro de que ha ganado la eterna gratitud de todos los hombres serios. En cuanto a los perros que ladrarán y gritarán, recuerde que, en todo caso, algunos de sus amigos poseen un grado de combatividad que (aunque usted lo ha censurado algunas veces con razón) le podrá ser útil. Me estoy afilando las uñas y el pico por si hace falta». — T.H.Huxley
Fue apodado como “el bulldog de Darwin”, por ser el mayor defensor de la teoría de la evolución por selección natural de su tiempo, acudiendo allí donde Darwin no se atrevía o no se animaba a ir; no solo a debates públicos contra creacionistas y religiosos, sino también a congresos elitistas en los que científicos tan prominentes como Richard Owen negaban la tesis darwinista. Darwin, en su autobiografía, le dedicaba algunas palabras a su amigo.
«Su mente es rápida como el destello de un rayo y tan afilada como una navaja. Es el mejor conversador que he conocido. Nunca escribe ni dice nada anodino. En Inglaterra ha sido el principal sostén del principio de la evolución gradual de los seres vivos». — C. Darwin.
Para Huxley, la humanidad no era una excepción divina, sino el producto de procesos naturales y evolutivos. Su obra Pruebas del lugar del hombre en la naturaleza (1863) se convirtió en un hito al explorar por primera vez la conexión evolutiva entre humanos y primates, derrumbando las concepciones tradicionales sobre la singularidad humana. Huxley argumentó que, biológicamente, los humanos comparten un ancestro común con los simios, una idea que generó controversia y resistencia, pero que sentó las bases para una comprensión más objetiva y científica de nuestra posición en el reino animal. Ocho años más tarde, Darwin completaría su trabajo con la obra El origen del hombre.
El origen de las aves: un siglo de adelanto
Esta defensa a ultranza de la evolución biológica le llevó a enunciar una de las hipótesis más poderosas que se le reconocen: que las aves descienden de —y por tanto, son— dinosaurios. Esta premisa, aceptada hoy como un hecho, se basó en la observación de varios ejemplares de Archaeopteryx, donde se observaba un esqueleto típico de dinosaurio, con dientes afilados de reptil, pero completamente cubierto de plumas y con unas alas perfectamente desarrolladas. Así le escribía al naturalista Ernst Haeckel:
«En el trabajo científico, lo principal en lo que estoy ocupado ahora es una revisión de los dinosaurios —¡con la vista puesta en la teoría de la descendencia! El camino de los Reptiles a las Aves pasa por los Dinosaurios (…) y las alas crecieron a partir de extremidades anteriores rudimentarias». — T. H. Huxley
La hipótesis encontró una oposición frontal desde el inicio, sobre todo por el profesor Owen, y después, por el influyente paleontólogo Gerhard Heilmann y su obra, hoy totalmente obsoleta, El origen de las aves (1926). Hubo que esperar más de un siglo, hasta que el descubrimiento de Deinonychus por John Ostrom en 1969 y la aplicación de la cladística a la paleontología por Jacques Gautier, en la década de 1980, dieran la razón a Huxley.
Huxley como precursor de un cambio social
Tras sus experiencias prácticas, Huxley encontró también su vocación en la educación y divulgación científica. En 1854, comenzó a enseñar historia natural y paleontología en la Escuela Gubernamental de Minas —hoy Real Escuela de Minas— del Imperial College de Londres. Trabajo que compaginó con sendas cátedras en la Royal Institution y el Colegio Real de Cirugía.
Aparte del trabajo académico, Thomas fue el fundador del X-Club, un selecto grupo de diez científicos —entre los que se encontraban Hooker y Tyndall—. Este grupo fue un importante precursor en la profesionalización de la labor científica. Según sus miembros, el club buscaba participar en las discusiones científicas al margen de las influencias religiosas. En este sentido, Huxley también acuñó el término agnosticismo, entendido como un método de investigación que busca seguir las pruebas tan lejos donde nos lleven y rechazar cualquier premisa que no esté probada. Lamentablemente, las presiones sociales terminaron alterando aquel significado original del término, fuera del control de Thomas.
Pero Thomas Henry Huxley no solo se movía en círculos elitistas. También fue pionero en divulgación científica. Reconocía como derecho el acceso al conocimiento científico de todos los estratos de la sociedad, y con frecuencia organizaba conferencias públicas dirigidas a las clases populares, tanto hombres como mujeres. Charles Darwin escribió sobre esto:
«Aunque ha realizado un gran número de espléndidos trabajos en zoología, habría hecho mucho más si no hubiera consumido tanto tiempo en tareas oficiales y literarias y en sus campañas por mejorar la educación en las zonas rurales». — C. Darwin.
Thomas Henry Huxley, más allá de sus logros científicos, destacó como un visionario educador y organizador, contribuyendo a la transformación de la sociedad británica hacia una que valoraba la ciencia y la educación científica. Su legado no solo reside en sus descubrimientos anatómicos y su defensa de la evolución, sino también en la huella indeleble que dejó en la forma en que la ciencia y la divulgación se integraron en la vida cotidiana y educativa, algo que ha llegado hasta nuestros días.