Los estereotipos de «hermano mayor», «hermano del medio» y «hermano menor» existen y dan que hablar. Desde incontables memes hasta análisis serios, nos preguntamos históricamente qué implicancias puede tener el orden de nacimiento para las personas—y el consecuente rol que desempeñan en la familia.
Por ejemplo, hace no mucho empezó a hablarse del síndrome de la hermana mayor, debido a todas las exigencias que conlleva ser un modelo para los menores además de ser mujer. En un tono más liviano, pero no por ello con menos peso simbólico, abundan este tipo de videos en las redes sociales.
Las teorías modernas de la psicología evolutiva coinciden bastante con nuestros memes, experiencias y sentido común: los hermanos compiten por la atención y los recursos de los padres, lo que influye en el desarrollo de su personalidad. Partiendo desde ese punto, se sugería que los hermanos mayores tienden a ser más autoexigentes y neuróticos, mientras que los hermanos menores tienden a ser más descuidados y sociables.
Además, siempre existió la pregunta sobre su relación con la inteligencia. Sir Francis Galton postuló que las familias se dedicaban más a los primogénitos después de notar una sobrerepresentación de ellos entre los científicos ingleses prominentes. Algunas teorías modernas, como el modelo de la confluencia, sugieren que el entorno intelectual de un hogar se diluye con la llegada de cada hijo, lo que puede dar lugar a una menor inteligencia en los hermanos menores.
En cuanto a la inteligencia, los investigadores encontraron una mínima correlación entre orden de nacimiento y capacidad verbal (y ninguna con la capacidad matemática o espacial). El hallazgo sugiere que los primogénitos se benefician de una mayor estimulación verbal y atención parental. Sin embargo, otra vez, la asociación era mínima; la mayor diferencia entre primogénitos y menores encontrada equivalía a un solo punto en el test de inteligencia. Esto significa que, aunque los primogénitos pueden experimentar una ventaja, no es sustancial.
Los investigadores concluyen que el orden de nacimiento no parece ser determinante en la formación de los rasgos de personalidad o la inteligencia. Otros factores como el estatus socioeconómico de los padres y el sexo, en cambio, producen impactos más significativos.