El Presidente volvió a apuntar contra su compañera de fórmula. También contra Kicillof, que para muchos dirigentes debe liderar la oposición. Enojo y reproches contenidos en el subsuelo peronista.
Fue como un sueño que nunca existió. El peronismo vivió cinco meses de un sueño que ocultó la interna feroz de los últimos tres años. Un sueño que Sergio Massa supo construir con una épica que recién se hizo añicos el 19 de noviembre a las ocho de la noche, cuando los primeros datos que salían de las miles de escuelas del país ratificaron el presagio de las horas previas: el peronismo caía derrotado frente a Javier Milei.
Pero durante esos meses de campaña el ministro de Economía fue de menor a mayor tratando de encolumnar a una coalición resquebrajada por una guerra de poder que enfrentó a Cristina Kirchner con Alberto Fernández, y dinamitó los puentes entre las diferentes terminales peronistas. Una movida política del tigrense para poder ordenar un gobierno nacional que tuvo un contexto económico e internacional complicado por la pandemia, la guerra y la sequía, y en el que todos estaban peleados con todos.
Massa logró que el sindicalismo, los movimientos sociales, los intendentes bonaerenses, los gobernadores, el kirchnerismo, La Cámpora y lo que quedaba en pie del albertismo jugarán para el mismo equipo. Todos con la misma camiseta. Lo que parecía una utopía tiempo atrás, se acomodó por la necesidad de conservar el gobierno frente a un bloque opositor que avanzaba, a paso firme, en las encuestas y en las redes sociales. Se demostró después, el día que se abrieron las urnas, que también había avanzado entre la gente.
Todo ese ordenamiento se vino abajo el día que Unión por la Patria (UP) perdió el balotaje y Javier Milei se convirtió en el nuevo presidente de la Argentina. Duró poco, fue intenso y emanó pragmatismo por los poros. Pero no alcanzó. Con esa estructura invertebrada demolida, la interna peronista empezó a resurgir lentamente desde las cenizas que nunca se apagaron.
Alberto Fernández decidió no irse de la presidencia sin contar sus verdades a cielo abierto. Sin el premio mayor en juego, dio una serie de entrevistas en los últimos días en las que apuntó directamente contra Cristina Kirchner, su compañera de fórmula que pasó de amiga a enemiga, y con la que termina el gobierno sin hablarse. Una foto cruel y realista del final del peronismo en la Casa Rosada.
“Sentí que Cristina tiene una mirada distinta a la mía y a mí eso no me interesa. Tiene un modo de hacer política que a mí no me gusta, que tiene que ver con esa forma personalista de hacer política”, disparó este domingo en una entrevista con Noticias Argentinas. Fernández siempre separó su forma de entender las relaciones de poder de la que tiene Cristina Kirchner. Pero nunca quiso pagar el precio de enfrentarla sabiendo de antemano que la coalición podía volar por los aires. Tensó la cuerda al máximo, pero nunca la rompió.
Unos días antes había asegurado que la Vicepresidenta pudo ser candidata este año y que si no lo hizo fue porque no quiso y no porque no pudo, como ella sostiene, argumentando que la justicia federal le iba a bloquear el camino antes de poder llegar a la elección. “Candidata pudo ser. En todo caso no habrá querido”, indicó el Presidente cuando dialogó con el DiarioAr. Fue una frase para intentar desarmar el argumento de la proscripción que CFK impulsó y el kirchnerismo tomó como una bandera.
En su última intervención hubo también un dardo contra Axel Kicillof, que aparece en el escenario político como uno de los posibles líderes opositores que pueda volver a encolumnar al peronismo. “No sé si nos representa a todos, no tengo la impresión que nos represente a todos, es la verdad, lo digo con todo respeto”, sostuvo, además de poner sobre la mesa nombres como los de Victoria Tolosa Paz, Gabriel Katopodis, Jorge Ferraresi y Jorge “Coqui” Capitanich. Buscó ponerle un freno al inflador de expectativas.
A esa batería de declaraciones críticas se le sumó el fin de semana la reaparición del ex ministro de Desarrollo Social Juanchi Zabaleta. Consultado sobre los motivos que llevaron a perder al peronismo dijo: “Porque dejamos un quilombo bárbaro”. Resaltó que si “la política no está ordenada, la economía no se ordena” e hizo hincapié en los límites de una gestión donde el Presidente no se hablaba ni con la Vicepresidenta ni con el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro. Contó lo que era inocultable e indefendible para los integrantes del oficialismo.
Las voces de Fernández y Zabaleta sintetizan el estado de permanente ebullición que hay debajo de la tierra peronista. Pasadas dos semanas de la derrota en las elecciones y absorbida la tristeza del golpe letal, en el subsuelo la dirigencia está fastidiosa, resignada y sin rumbo. La mayoría busca un liderazgo nuevo que refresque el aire viciado de cuatro años de guerra descomunal.
Hay sectores que creen que Cristina Kirchner tiene la obligación de correrse del centro de la escena o, mejor dicho, no regresar a ese lugar que abandonó ya hace largos meses, y otros que ven en la Vicepresidenta el único ícono político capaz de abrazar a una enorme minoría y conducir la oposición desde las oficinas del Instituto Patria, sede del peronismo en el llano.
De Kicillof a Schiaretti, pasando por Uñac y Zamora, hasta Máximo Kirchner y Martín Llaryora. Los nombres deambulan con vértigo aún contenido pero con la potencia necesaria para que la discusión política se haga carne rápidamente. Al peronismo le cuesta vivir sin liderazgos fuertes y sin un relato que genere empatía en las masas. Desde el 2019 que no lo logra y la necesidad de reconfigurarse es imperiosa.
Bajo tierra hay reproches para todos y exigencias para los que tiene la posibilidad, por volumen político, rol de gestión y capacidad de construcción, de ponerse al frente de un espacio que deberá estar cuatro años en la vereda opositora. Las diferencias tienen que resolverse en el tiempo que viene. El error cometido durante la gestión que se termina el próximo fin de semana no pude volver a suceder si retornan al poder en el 2027.
Esa es la sensación que atraviesa a la fuerza política. Y para eso es clave que haya una renovación de liderazgos y la construcción de una identidad nueva apoyada sobre un programa político y económico modernizado que vuelva a cautivar a las mayorías. Mientras tanto, en la superficie, empezarán a aparecer las señales del desamor más profundo. La discusión sobre cómo volver a ser competitivos debe darse con el sol de frente y la sociedad en la platea de espectadores. Es una obligación y una necesidad.